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文檔簡(jiǎn)介
1、El tiempo entre costurasMara Dueas PAGE 19MARA DUEASEL TIEMPO ENTE COSTURASA mi madre, Ana VinuesaA las familias Vinuesa Lope y lvarez Moreno, por losaos de Tetun y la nostalgia con que siempre los recordaronA todos los antiguos residentes del Protectorado espaolen Marruecos y a los marroques que co
2、n ellos convivieronndiceRESUMEN6PRIMERA PARTE8SEGUNDA PARTE345TERCERA PARTE647CUARTA PARTE888EPLOGO1174NOTA DE LA AUTORA1202RESUMENUna novela de amor y espionaje en el exotismo colonial de frica. La joven modista Sira Quiroga abandona Madrid en los meses convulsos previos al alzamiento arrastrada po
3、r el amor desbocado hacia un hombre a quien apenas conoce. Juntos se instalan en Tnger, una ciudad mundana, extica y vibrante en la que todo lo impensable puede hacerse realidad. Incluso la traicin y el abandono de la persona en quien ha depositado toda su confianza. El tiempo entre costuras es una
4、aventura apasionante en la que los talleres de alta costura, el glamur de los grandes hoteles, las conspiraciones polticas y las oscuras misiones de los serviciossecretos se funden con la lealtad haciaaquellos a quienes queremos y con el poder irrefrenable del amor.PRIMERA PARTE1Una mquina de escrib
5、ir revent mi destino. Fue una Hispano-Olivetti y de ella me separ durante semanas el cristal de un escaparate. Visto desde hoy, desde el parapeto de los aos transcurridos, cuesta creer que un simple objeto mecnico pudiera tener el potencial suficiente como para quebrar el rumbo de una vida y dinamit
6、ar en cuatro das todos los planes trazados para sostenerla. As fue, sin embargo, y nada pude hacer para impedirlo.No eran en realidad grandes proyectos los que yo atesoraba por entonces. Se trataba tan slo de aspiraciones cercanas, casi domsticas, coherentes con las coordenadas del sitio y el tiempo
7、 que me correspondi vivir; planes de futuro asequibles a poco que estirara las puntas de los dedos. En aquellos das mi mundo giraba lentamente alrededor de unas cuantas presencias que yo crea firmes e imperecederas. Mi madre haba configurado siempre la ms slida de todas ellas. Era modista, trabajaba
8、 como oficiala en un taller de noble clientela. Tena experiencia y buen criterio,pero nunca fue ms que una simple costureraasalariada; una trabajadora como tantas otras que, durante diez horas diarias, se dejaba las uas y las pupilas cortando y cosiendo, probando y rectificando prendas destinadas a
9、cuerpos que no eran el suyo y a miradas que raramente tendran por destino a su persona. De mi padre saba poco entonces. Nada, apenas. Nunca lo tuve cerca; tampoco me afect su ausencia. Jams sent excesiva curiosidad por saber de l hasta que mi madre, a mis ocho o nueve aos, se aventur a proporcionarm
10、e algunas migas de informacin. Que l tena otra familia, que era imposible que viviera con nosotras. Engull aquellos datos con la misma prisa y escasa apetencia con las que remat las ltimas cucharadas del potaje de Cuaresma que tena frente a m: la vida de aquel ser ajeno me interesaba bastante menos
11、que bajar con premura a jugar a la plaza.Haba nacido en el verano de 1911, el mismo ao en el que Pastora Imperio se cas con el Gallo, vio la luz en Mxico Jorge Negrete, y en Europa decaa la estrella de un tiempo al que llamaron la Bellepoque. A lo lejos comenzaban a orse los tamboresde lo que sera l
12、a primera gran guerra y en los cafs de Madrid se lea por entonces El Debate y El Heraldo mientras la Chelito, desde los escenarios, enfebreca a los hombres moviendo con descaro las caderas a ritmo de cupl. El rey Alfonso XIII, entre amante y amante, logr arreglrselas para engendrar en aquellos meses
13、 a su quinta hija legtima. Al mando de su gobierno estaba entretanto el liberal Canalejas, incapaz de presagiar que tan slo un ao ms tarde un excntrico anarquista iba a acabar con su vida descerrajndole dos tiros en la cabeza mientras observaba las novedades de la librera San Martn.Crec en un entorn
14、o moderadamente feliz, con ms apreturas que excesos pero sin grandes carencias ni frustraciones. Me cri en una calle estrecha de un barrio castizo de Madrid, junto a la plaza de la Paja, a dos pasos del Palacio Real. A tiro de piedra del bullicio imparable del corazn de la ciudad, en un ambiente de
15、ropa tendida, olor a leja, voces de vecinas y gatos al sol. Asist a una rudimentaria escuela en una entreplanta cercana:en sus bancos, previstos para dos cuerpos, nosacomodbamos de cuatro en cuatro los chavales, sin concierto y a empujones para recitar a voz en grito La cancin del pirata y las tabla
16、s de multiplicar. Aprend all a leer y escribir, a manejar las cuatro reglas y el nombre de los ros que surcaban el mapa amarillento colgado de la pared. A los doce aos acab mi formacin y me incorpor en calidad de aprendiza al taller en el que trabajaba mi madre. Mi suerte natural.Del negocio de doa
17、Manuela Godina, su duea, llevaban dcadas saliendo prendas primorosas, excelentemente cortadas y cosidas, reputadas en todo Madrid. Trajes de da, vestidos de cctel, abrigos y capas que despus seran lucidos por seoras distinguidas en sus paseos por la Castellana, en el Hipdromo y el polo de Puerta de
18、Hierro, al tomar t en Sakuska y cuando acudan a las iglesias de relumbrn. Transcurri algn tiempo, sin embargo, hasta que comenc a adentrarme en los secretos de la costura. Antes fui la chica para todo del taller: la que remova el picn de los braseros y barra del suelo losrecortes, la que calentaba l
19、as planchas en la lumbrey corra sin resuello a comprar hilos y botones a la plaza de Pontejos. La encargada de hacer llegar a las selectas residencias los modelos recin terminados envueltos en grandes sacos de lienzo moreno: mi tarea favorita, el mejor entretenimiento en aquella carrera incipiente.
20、Conoc as a los porteros y chferes de las mejores fincas, a las doncellas, amas y mayordomos de las familias ms adineradas. Contempl sin apenas ser vista a las seoras ms refinadas, a sus hijas y maridos. Y como un testigo mudo, me adentr en sus casas burguesas, en palacetes aristocrticos y en los pis
21、os suntuosos de los edificios con solera. En algunas ocasiones no llegaba a traspasar las zonas de servicio y alguien del cuerpo de casa se ocupaba de recibir el traje que yo portaba; en otras, sin embargo, me animaban a adentrarme hasta los vestidores y para ello recorra los pasillos y atisbaba los
22、 salones, y me coma con los ojos las alfombras, las lmparas de araa, las cortinas de terciopelo y los pianos de cola que a veces alguien tocaba y a veces no, pensando en lo extraa que sera la vida en un universo como aqul.Misdastranscurransintensinenesosdosmundos, casi ajena a la incongruencia que e
23、ntre ambos exista. Con la misma naturalidad transitaba por aquellas anchas vas jalonadas de pasos de carruajes y grandes portalones que recorra el entramado enloquecido de las calles tortuosas de mi barrio, repletas siempre de charcos, desperdicios, gritero de vendedores y ladridos punzantes de perr
24、os con hambre; aquellas calles por las que los cuerpos siempre andaban con prisa y en las que, a la voz de agua va, ms vala ponerse a cobijo para evitar llenarse de salpicaduras de orn. Artesanos, pequeos comerciantes, empleados y jornaleros recin llegados a la capital llenaban las casas de alquiler
25、 y dotaban a mi barrio de su alma de pueblo. Muchos de ellos apenas traspasaban sus confines a no ser por causa de fuerza mayor; mi madre y yo, en cambio, lo hacamos temprano cada maana, juntas y apresuradas, para trasladarnos a la calle Zurbano y acoplarnos sin demora a nuestro cotidiano quehacer e
26、n el taller de doa Manuela.Al cumplirse un par de aos de mi entrada en elnegocio, decidieron entre ambas que haba llegado el momento de que aprendiera a coser. A los catorce comenc con lo ms simple: presillas, sobrehilados, hilvanes flojos. Despus vinieron los ojales, los pespuntes y dobladillos. Tr
27、abajbamos sentadas en pequeas sillas de enea, encorvadas sobre tablones de madera sostenidos encima de las rodillas; en ellos apoybamos nuestro quehacer. Doa Manuela trataba con las clientas, cortaba, probaba y correga. Mi madre tomaba las medidas y se encargaba del resto: cosa lo ms delicado y dist
28、ribua las dems tareas, supervisaba su ejecucin e impona el ritmo y la disciplina a un pequeo batalln formado por media docena de modistas maduras, cuatro o cinco mujeres jvenes y unas cuantas aprendizas parlanchinas, siempre con ms ganas de risa y chisme que de puro faenar. Algunas cuajaron como bue
29、nas costureras, otras no fueron capaces y quedaron para siempre encargadas de las funciones menos agradecidas. Cuando una se iba, otra nueva la sustitua en aquella estancia embarullada, incongruente con la serena opulencia de la fachada y la sobriedad delsaln luminoso al que slo tenan acceso lasclie
30、ntas. Ellas, doa Manuela y mi madre, eran las nicas que podan disfrutar de sus paredes enteladas color azafrn; las nicas que podan acercarse a los muebles de caoba y pisar el suelo de roble que las ms jvenes nos encargbamos de abrillantar con trapos de algodn. Slo ellas reciban de tanto en tanto los
31、 rayos de sol que entraban a travs de los cuatro altos balcones volcados a la calle. El resto de la tropa permanecamos siempre en la retaguardia: en aquel gineceo helador en invierno e infernal en verano que era nuestro taller, ese espacio trasero y gris que se abra con apenas dos ventanucos a un os
32、curo patio interior, y en el que las horas transcurran como soplos de aire entre tarareo de coplas y el ruido de tijeras.Aprend rpido. Tena dedos giles que pronto se adaptaron al contorno de las agujas y al tacto de los tejidos. A las medidas, las piezas y los volmenes. Talle delantero, contorno de
33、pecho,largodepierna.Sisa,bocamanga,bies.Alosdiecisisaprendadistinguirlastelas,alosdiecisiete, a apreciar sus calidades y calibrar supotencial. Crespn de China, muselina de seda, gorguette, chantilly. Pasaban los meses como en una noria: los otoos haciendo abrigos de buenos paos y trajes de entretiem
34、po, las primaveras cosiendo vestidos voltiles destinados a las vacaciones cantbricas, largas y ajenas, de La Concha y El Sardinero. Cumpl los dieciocho, los diecinueve. Me inici poco a poco en el manejo del corte y en la confeccin de las partes ms delicadas. Aprend a montar cuellos y solapas, a prev
35、er cadas y anticipar acabados. Me gustaba mi trabajo, disfrutaba con l. Doa Manuela y mi madre me pedan a veces opinin, empezaban a confiar en m. La nia tiene mano y ojo, Doloresdeca doa Manuela. Es buena, y mejor que va a ser si no se nos desva. Mejor que t, como te descuides. Y mi madre segua a lo
36、 suyo, como si no la oyera. Yo tampoco levantaba la cabeza de mi tabla, finga no haber escuchado nada. Pero con disimulo la miraba de reojo y vea que en su boca cuajada de alfileres se apuntaba una levsima sonrisa.Pasaban los aos, pasaba la vida. Cambiabatambin la moda y a su dictado se acomodaba el
37、 quehacer del taller. Despus de la guerra europea haban llegado las lneas rectas, se arrumbaron los corss y las piernas comenzaron a ensearse sin pizca de rubor. Sin embargo, cuando los felices veinte alcanzaron su fin, las cinturas de los vestidos regresaron a su sitio natural, las faldas se alarga
38、ron y el recato volvi a imponerse en mangas, escotes y voluntad. Saltamos entonces a una nueva dcada y llegaron ms cambios. Todos juntos, imprevistos, casi al montn. Cumpl los veinte, vino la Repblica y conoc a Ignacio. Un domingo de septiembre en la Bombilla; en un baile bullanguero abarrotado de m
39、uchachas de talleres, malos estudiantes y soldados de permiso. Me sac a bailar, me hizo rer. Dos semanas despus empezamos a trazar planes para casarnos.Quin era Ignacio, qu supuso para m? El hombre de mi vida, pens entonces. El muchacho tranquilo que intu destinado a ser el buen padre de mis hijos.
40、Haba ya alcanzado la edad en la que, para las muchachas como yo, sin apenas oficio nibeneficio, no quedaban demasiadas opciones msall del matrimonio. El ejemplo de mi madre, crindome sola y trabajando para ello de sol a sol, jams se me haba antojado un destino apetecible. Y en Ignacio encontr a un c
41、andidato idneo para no seguir sus pasos: alguien con quien recorrer el resto de mi vida adulta sin tener que despertar cada maana con la boca llena de sabor a soledad. No me llev a l una pasin turbadora, pero s un afecto intenso y la certeza de que mis das, a su lado, transcurriran sin pesares ni es
42、tridencias, con la dulce suavidad de una almohada.Ignacio Montes, cre, iba a ser el dueo del brazo al que me agarrara en uno y mil paseos, la presencia cercana que me proporcionara seguridad y cobijo para siempre. Dos aos mayor que yo, flaco, afable, tan fcil como tierno. Tena buena estatura y pocas
43、 carnes, maneras educadas y un corazn en el que la capacidad para quererme pareca multiplicarse con las horas. Hijo de viuda castellana con los duros bien contados debajo del colchn; residente con intermitencias en pensiones de poca monta; aspirante ilusionado a profesional PAGE 29de la burocracia y
44、 eterno candidato a todoministerio capaz de prometerle un sueldo de por vida. Guerra, Gobernacin, Hacienda. El sueo de tres mil pesetas al ao, doscientas cuarenta y una al mes: un salario fijo para siempre jams a cambio de dedicar el resto de sus das al mundo manso de los negociados y antedespachos,
45、 de los secantes, el papel de barba, los timbres y los tinteros. Sobre ello planificamos nuestro futuro: a lomos de la calma chicha de un funcionariado que, convocatoria a convocatoria, se negaba con cabezonera a incorporar a mi Ignacio en su nmina. Y l insista sin desaliento. Y en febrero probaba c
46、on Justicia y en junio con Agricultura, y vuelta a empezar.Y entretanto, incapaz de permitirse distracciones costosas, pero dispuesto hasta la muerte a hacerme feliz, Ignacio me agasajaba con las humildes posibilidades que su pauprrimo bolsillo le permita: una caja de cartn llena de gusanos de seda
47、y hojas de morera, cucuruchos de castaas asadas y promesas de amor eterno sobre la hierba bajo el viaducto. Juntos escuchbamos a la bandade msica del quiosco del parque del Oeste yrembamos en las barcas del Retiro en las maanas de domingo que haca sol. No haba verbena con columpios y organillo a la
48、que no acudiramos, ni chotis que no bailramos con precisin de reloj. Cuntas tardes pasamos en las Vistillas, cuntas pelculas vimos en cines de barrio de a una cincuenta. Una horchata valenciana era para nosotros un lujo y un taxi, un espejismo. La ternura de Ignacio, por no ser gravosa, careca sin e
49、mbargo de fin. Yo era su cielo y las estrellas, la ms guapa, la mejor. Mi pelo, mi cara, mis ojos. Mis manos, mi boca, mi voz. Toda yo configuraba para l lo insuperable, la fuente de su alegra. Y yo le escuchaba, le deca tonto y me dejaba querer.La vida en el taller por aquellos tiempos marcaba, no
50、obstante, un ritmo distinto. Se haca difcil, incierta. La Segunda Repblica haba infundido un soplo de agitacin sobre la confortable prosperidad del entorno de nuestras clientas. Madrid andaba convulso y frentico, la tensin poltica impregnaba todas las esquinas. Las buenas familias prolongaban hasta
51、el infinito susveraneos en el norte, deseosas de permanecer almargen de la capital inquieta y rebelde en cuyas plazasseanunciabaavoceselMundoObrero mientraslosproletariosdescamisadosdel extrarradio se adentraban sin retraimiento hasta la misma Puerta del Sol. Los grandes coches privados empezabanaes
52、casearporlascalles,lasfiestas opulentasmenudeaban.Lasviejasdamas enlutadas rezaban novenas para que Azaa cayera pronto y el ruido de las balas se haca cotidiano a la hora en que encendan las farolas de gas. Los anarquistasquemabaniglesias,losfalangistas desenfundaban pistolas con porte bravucn. Con
53、frecuenciacreciente,losaristcratasyaltos burguesescubranconsbanaslosmuebles, despedanalservicio,apestillabanlas contraventanasypartanconurgenciahaciael extranjero,sacandoamansalvajoyas,miedosy billetes por las fronteras, aorando al rey exiliado y una Espaa obediente que an tardara en llegar.Y en el
54、taller de doa Manuela cada vez entraban menos seoras, salan menos pedidos y haba menos quehacer. En un penoso cuentagotas sefueron despidiendo primero las aprendizas ydespus el resto de las costureras, hasta que al final slo quedamos la duea, mi madre y yo. Y cuando terminamos el ltimo vestido de la
55、 marquesa de Entrelagos y pasamos los seis das siguientes oyendo la radio, mano sobre mano sin que a la puerta llamara un alma, doa Manuela nos anunci entre suspiros que no tena ms remedio que cerrar el negocio.En medio de la convulsin de aquellos tiempos en los que las broncas polticas hacan tembla
56、r las plateas de los teatros y los gobiernos duraban tres padrenuestros, apenas tuvimos sin embargo oportunidad de llorar lo que perdimos. A las tres semanas del advenimiento de nuestra obligada inactividad, Ignacio apareci con un ramo de violetas y la noticia de que por fin haba aprobado su oposici
57、n. El proyecto de nuestra pequea boda tapon la incertidumbre y sobre la mesa camilla planificamos el evento. Aunque entre los aires nuevos trados por la Repblica ondeaba la moda de los matrimonios civiles, mi madre, en cuya alma convivan sin la menor incomodidad sucondicin de madre soltera, un frreo
58、 espritucatlico y una nostlgica lealtad a la monarqua depuesta, nos alent a celebrar una boda religiosa en la vecina iglesia de San Andrs. Ignacio y yo aceptamos, cmo podramos no hacerlo sin trastornar aquella jerarqua de voluntades en la que l cumpla todos mis deseos y yo acataba los de mi madre si
59、n discusin. No tena, adems, razn de peso alguna para negarme: la ilusin que yo senta por la celebracin de aquel matrimonio era modesta, y lo mismo me daba un altar con cura y sotana que un saln presidido por una bandera de tres colores.Nos dispusimos as a fijar la fecha con el mismo prroco que veint
60、icuatro aos atrs, un 8 de junio y al dictado del santoral, me haba impuesto el nombre de Sira. Sabiniana, Victorina, Gaudencia, Heraclia y Fortunata fueron otras opciones en consonancia con los santos del da.Sira, padre, pngale usted Sira mismamente, que por lo menos es corto. Tal fue la decisin de
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